Los retos a los que se enfrenta el mundo en la próxima década, afectaran a nuestra forma de vivir y trabajar en el entorno construido. La tecnología está cambiando nuestros hábitos y los edificios tendrán que adaptarse a dichos cambios. Cuanto antes nos adaptemos como diseñadores y ocupantes de los edificios, menos complicada será la transición.
La superpoblación está obligando a replantearse temas como las fuentes de energía y su distribución, la subsistencia del agua y las infraestructuras de transportes. La combinación de avances tecnológicos y la concienciación sobre estos aspectos están influyendo en la idea que tenemos sobre los espacios donde habitamos y trabajamos. Nuestro entorno construido debe desarrollarse eficientemente y adaptarse mejor a los patrones cambiantes de uso. Aunque este planteamiento es sencillo en el planeamiento de nuevas ciudades, en un entorno ya desarrollado como es el europeo nos enfrentamos al problema de la modernización de los edificios e infraestructuras existentes que permitan mejorar su capacidad, flexibilidad y gestión sin interrumpir su uso.
Introducir formas innovadoras de trabajo en edificios existentes que se remontan a cientos de años es normalmente complejo, especialmente en el sector empresarial. Aportar suficiente flexibilidad, calidad del entorno y una eficiencia espacial dentro de las limitaciones de un edificio diseñado a partir de un conjunto de normas obsoletas exige la reflexión cuidadosa y colaborativa de todos los agentes del proyecto.
Disponer de espacios inteligentes incorporados en edificios ya existentes implica que el diseño de estos debe centrarse en cómo modernizarlos con la mínima intervención.
Los edificios de nueva construcción nos ofrecen la posibilidad de ejecutar un diseño contemporáneo desde el principio, y sabemos que los cambios de conducta influirán en la manera que utilizamos nuestro espacio de trabajo. El trabajo flexible también se facilita gracias a una mejora en el transporte y envío de datos, la reducción de los tiempos de desplazamiento al trabajo y la posibilidad de realizar las tareas en espacios más tranquilos fuera de la oficina, y presencialmente en el lugar de trabajo donde colaborar e intercambiar ideas.
Los mejores espacios de trabajo flexibles suelen ser muy ágiles y en ellos las personas comparten el espacio. El número de puestos de trabajo dotados con pantallas y teclados se determina por lo general a través de los patrones de trabajo, y el resto de los espacios se reservan para áreas de descanso, salas de reuniones, cantinas, rincones tranquilos y espacios con diversas configuraciones que favorecen la colaboración en equipo. Está demostrado que estos espacios son enormemente satisfactorios y tienden a generar una atmósfera eficiente, creativa y dinámica a la vez.
Este planteamiento se convertirá pronto en el criterio en el mundo empresarial y, con el tiempo, migrará también al sector público y al diseño de centros educativos. La conectividad de las redes dentro y fuera de los edificios, las redes inteligentes y las autopistas de la información permitirán que la recogida de datos y el “internet de las cosas” (IoT) sean nuestra herramienta de mejora. Es decir, una tecnología que evolucione y aprenda de la conducta humana con el fin de mejorar la eficiencia del diseño. A medida que el trabajo colaborativo madura, la “aldea global” se convierte en nuestro equipo inmediato.
Aprender de los propios edificios sobre cómo mejorar su diseño y la ejecución es un proceso de retro-alimentación; el “kaizen inmobiliario” (kaizen, término japonés que se asocia al concepto de mejora continua). Además, para abordar el problema de la escasez energética y el cambio climático, debemos optimizar el uso de la energía en las edificaciones colindantes, compartiendo recursos mediante redes inteligentes para una eficiencia óptima. Por ejemplo, las viviendas necesitan más energía de noche mientras que los espacios de trabajo la necesitan de día, por lo que la energía solar almacenada de cualquier superficie común puede dirigirse cuando y donde sea necesaria.
Debemos aprender a gestionar los recursos más eficazmente, y en términos del diseño de edificios esto implica en especial centrarse en métodos más pasivos, como la organización de espacios y la creación de zonas específicas de trabajo, en vez de introducir grandes consumidores de energía. La construcción de edificios flexibles que puedan modificarse a medida que las necesidades evolucionen y se desarrollen.
Prosperar, en vez de vivir sin más, y vivir satisfactoriamente con menos son aspiraciones absolutamente factibles.